CUEVA, CARBÓN Y VISIONES

ROGER MANTEGANI

ABRE | Córdoba, Argentina

Curadora: Luz Novillo Corvalán

Sep 2022 – Nov 2022

Cueva, carbón y visiones

Lo que estamos presenciando es el origen del alma humana moderna y el comienzo de la representación figurativa.

Werner Herzog, «La cueva de los sueños olvidados».

 

Chauvet, Francia.
18 de diciembre de 1994.

Es uno de los meses más fríos del año y en la región del sur de Francia, en Chauvet, el río Amberes corre ondulante por la garganta estrecha y profunda que el mismo paso del agua fue cavando entre las montañas rocosas. La vegetación, con sus distintos matices de verdes, crece salvaje hasta llegar a los bordes de los filosos acantilados. Tres amigos expedicionarios, buscadores de cuevas, desafían las altas pendientes abriendo su paso por pequeños senderos. Saben que el paisaje imponente y de ensoñación esconde en su interior un secreto, un misterio, una maravilla oculta.

Una ligera corriente de aire que se filtró bajo sus pies fue el indicio del descubrimiento.
El estrecho pasadizo los condujo a un hueco oscuro, al quitar unos escombros y encender sus linternas, una catedral de estalactitas emergió de la oscuridad. La luz terminó de develar un magnifico bestiario prehistórico.
Años más tarde, el director alemán Werner Herzog, realizará un documental sobre estas únicas cuevas y sus pinturas rupestres, las más antiguas descubiertas hasta el momento. En primera persona, el propio Herzog irá narrando lo que al mismo tiempo sus ojos ven. El documental es intenso y conmovedor.

El día en que Roger Mantegani me comentó exaltado su idea de cubrir las paredes de las salas de la galería con papel madera, algo quedó resonando en mi cabeza, aunque no supe en ese momento establecer ninguna conexión. Estábamos en su taller en Buenos Aires rodeados por los monumentales dibujos realizados especialmente para la exposición. El material central y herramienta para el dibujo era el carbón. Había restos de polvo negro por todos lados. Roger había dejado que los papeles cayeran al piso, evite con cuidado pisar sobre la obra que observaba fascinada.

Fue unos días más tarde, ya en Córdoba, cuando hicimos la prueba del forrado con papel en las paredes de las salas. Al alejarme unos escasos metros y ver el muro blanco ahora cubierto por completo por el papel amarronado que presentaba una textura de surcos suaves y ascendentes, vinieron a mi memoria como un torbellino, las imágenes del documental: La cueva de los sueños olvidados. Pude entender con claridad que, lo que el artista quería construir en las tres salas de la pequeña galería, era su propia cueva, su lugar secreto, su espacio atemporal.

Aquí es donde comienza una analogía inesperada entre la obra de Mantegani y los inicios de esa representación figurativa a la cual hace referencia Herzog.

El titulo de la muestra devino en: CUEVA, CARBÓN Y VISIONES. El espacio se transfiguró en un otro. Cada resquicio, marco y moldura quedó velada por completo. En estas paredes amarronadas, el artista va a desplegar sus visiones y el poder mágico de la figuración, como esos hombres y mujeres del pasado, va a lograr asir los movimientos de un cuerpo para dejarlo detenido en un instante infinito.

Al igual que los antiguos habitantes del mundo, su paleta se concentra y brama con fuerza en unos pocos colores; el negro del carbón, ocres, blancos y variaciones de rojos.

Las representaciones de Mantegani se repiten una y otra vez como las imágenes de un sueño recurrente del artista: hombres, mujeres, niños y animales emergen de los muros como espectros, observan, se contorsionan y mueven con destreza, se desdibujan, se transforman, desaparecen.

En las frías y profundas piedras de Chauvet: caballos, bisontes, osos, y búhos aparecen amontonados, superpuestos, enfurecidos o en reposo. Las figuras delineadas cuidadosamente con negro, los rastros del carbón de las antorchas, intensas manchas blancas y tintes rojos se funden con las vetas casi tornasoladas de los abismos de la caverna.

El montaje de las obras de Roger rompe con las viejas convenciones museográficas, no hay marco ni límite espacial, las telas y papeles se clavan en altura directo al muro. La escala es monumental, las líneas se expanden en el espacio y pasan del techo al piso, la obra en el papel es la piel, el intersticio y el pliegue en donde se presenta el misterio del arte en la construcción de la imagen, como la piedra de la cueva y las pinturas de los bisontes que quedaron por siempre detenidos en un tiempo eterno.

Podemos imaginar la acción del artista en su práctica: su cuerpo y sus manos son las herramientas para el dibujo, la performance se presume enérgica y apasionada.
Los hombres y mujeres del Paleolítico usaban de igual forma su cuerpo para pintar, imprimían la piedra con sus dedos y palma de las manos, asimismo escupían y soplaban la pintura, la raspaban e intervenían con incisiones para atrapar se supone desde una creencia mágica al animal representado.

Mantegani nos permite vivenciar con intensidad los vestigios de sus acciones; no es sólo la experiencia retiniana de la observación de sus virtuosos dibujos, nos deja a su vez la percepción de los olores frescos de la pintura, el rastro del polvo del carbón sobre el piso, las manchas y sus huellas en el lienzo.

En este sorpresivo paralelismo me queda la insistencia de esta pregunta: ¿Quiénes son esos hombres y mujeres que Roger representa, es el hombre y la mujer contemporánea o son las almas de esos habitantes ancestrales de tiempos inmemoriales?

Entrar a la galería es dejar atrás el ruido de la ciudad, pasar al inesperado encuentro con otra dimensión, explorar una gruta silenciosa y sin tiempo que diseñó con esmero el artista, es adentrarse en el imaginario de sus representaciones, dejarse llevar por la experiencia inmersiva y por la inexplicable capacidad que tiene el arte de transportarnos a otros lugares, tiempos, sensaciones y pensamientos.

Luz Novillo Corvalán, septiembre de 2022.